La ampliación del complejo deportivo del club Betsaida con la adición de nuevos vestuarios y nuevas gradas es un proyecto de compromiso dentro del barrio. Se encuentra en el límite entre la pista deportiva y la Masía de Can Rigalt, una de las últimas trazas de la ciudad preindustrial de Sant Adrià de Besòs.
Algunos compromisos se ven reflejados en la creación de un patio de acceso a la entrada del complejo. Un celo de bloque de hormigón perforado filtra el acceso y lo separa del resto del patio.
La parte delantera de los vestuarios hace fachada con la pista deportiva, generando el acceso al mismo nivel. El edificio se convierte en una frontera, un límite grueso entre complejo y patio, definido por el programa y reaccionando a las condiciones del emplazamiento. Materializada en madera y U-Glass, la fachada actúa de linterna en la nocturnidad. A sus espaldas, 5 vestuarios, la cafetería y la zona de acceso cumplen el programa con sencillez. La fachada posterior, pintada de blanco, se curva respondiendo a la forma de can Rigalt.
Completando el conjunto, la cubierta sirve a la vez de gradería, reuniendo las emociones y los gritos de ánimo de los espectadores. La parte posterior se materializa en forma de balcones acabados en cerámica esmaltada color carmín, tomando la forma de los vestuarios que cubren, a la vez que agrandando la grada y creando una plaza, un mirador sobre la Masía de Can Rigalt. Éste es el punto de encuentro de los hermanos pequeños, que juegan con sus peonzas mientras sus padres animan a sus hermanos y hermanas que están en la pista.
La construcción de la ampliación es económica, simple y propia de la periferia urbana. Por ello, el edificio contagia su imagen a su geometría curva, sin pretensión en los acabados. Sombras de celos, reflejadas en la curvatura de la cerámica esmaltada sobre un lienzo blanco como fondo, son suficientes para conseguir la conformación del sitio; para conformar el límite.
El proyecto se encuentra entre el límite de una instalación deportiva y uno de los últimos vestigios del Sant Adrià preindustrial, la masía de Can Rigalt. El proyecto debe responder, al situarse en el límite, a dos condicionantes absolutamente diferentes. Por un lado, en la juvenil actividad y la topografía plana de la pista. Por otro, a la condición topológica variable de la antigua masía, prácticamente en desuso.
Este compromiso se materializa al generar un patio de acceso al conjunto, recorrido sobre el borde de los vestuarios. Un patio que articula el nuevo, frente a la especificidad de la preexistencia. Este límite es el acceso general y democrático mediante una rampa hacia la pista. El edificio se puede rodear también por una escalera que da acceso desde el bar. Una cancela generada por piezas de celosías de hormigón sencillas, económicas, propias de la periferia, protege el patio y el acceso.
La aplicación de procesos de seriación-variación sobre la selección de prendas permite resignificar este elemento voluntariosamente vulgar. A nivel de pista se ubica el frente de los vestuarios. Es un frente continuo, translúcido, y luminoso por la pista. Simplemente un “paraviento” de madera y u-glass viste el programa. Detrás de este se intuyen los cinco vestuarios, el bar y los aseos. En su parte trasera responden a la estereometría de la masía haciéndose específicas en su geometría no ortogonal.
La cubierta de los vestuarios se construye con un elemento topográfico de gradas, una adición de losas organizadas con el propio vector de usos propio del edificio. La grada es paralela a la pista en su frente, donde acumulará la actividad y el bullicio de los espectadores. En su parte trasera unos balcones vestidos con brillante cerámica roja responden a la geometría de los vestuarios, provocando la aparición de una pequeña plaza elevada, un mirador sobre la masía.