La Torre Urquinaona constituye un ejemplo de ocupación de un chaflán del Eixample con un programa especulativo de oficinas resuelto decididamente concentrando edificabilidad en la esquina y retirándola de los otros edificios de la manzana a base de configurar el resto de la parcela como un zócalo-edificio de seis plantas que aísla la torre. El zócalo alinea una crujía con los edificios vecinos, tanto sobre la plaza Urquinaona como sobre la calle Roger de Llúria, para recular posteriormente hacia el interior de la parcela y dejar el volumen de la torre limpio desde tierra.
La torre propiamente dicha es un volumen de esbeltez y altura considerables caracterizado por una sección que varía cada pocas plantas para escalonar el volumen y romper la monotonía de unas fachadas que Bonet quiso variables en altura. Arranca directamente desde el suelo y deja al descubierto unos pilares metálicos muy robustos.
La base de la torre y del zócalo es un muro cortina de aluminio y vidrio de color bronce, muy oscuro, sobre el que se superponen unas tribunas macizas en el llano de la calle, abiertas lateralmente, con un revestimiento a base de gres gris oscuro que motivó que, en su día, el edificio fuera bautizado como “el rascacielos del color de la sociedad” y que, junto al tintado oscuro de los cristales, da a la torre un carácter sorprendentemente discreto a pesar de su volumen. Las tribunas le dan un aspecto estriado que contribuye a acentuar aún más su altura.
Son remarcables, igualmente, los coronamientos del zócalo, mediante unas rejas metálicas muy singulares que contribuyen a desdibujar su límite a la vez que esconden la maquinaria del edificio.