El edificio aplica los procedimientos de la arquitectura industrial en un programa con un elevado grado de fragmentación. Las dependencias de los talleres se sitúan en una planta semisótano que llega hasta el fondo del solar. La entrada queda enfasizada por un cimborrio octogonal que proporciona luz cenital y la conecta visualmente con el altillo de las oficinas. El segundo tramo se destina al archivo, configurado en una U en torno a una claraboya central. El conjunto constituye una estructura de pilares y vigas de fundición dispuestos en sectores bien diferenciados, y una fachada de fábrica de ladrillo con seis grandes aberturas acristaladas. El dibujo de la fachada adopta los motivos filigranados propios de la arquitectura islámica, uno de los principales referentes de la época. La disposición de las aberturas genera numerosas visuales en sentido vertical y crea unos efectos de luz y espacio que anticipan los intereses propios de la arquitectura moderna.
La editorial Montaner i Simon fue fundada en 1861 por Ramon Montaner y Francesc Font. En 1879 encargaron un nuevo edificio para la editorial a Domènech i Montaner, sobrino de Ramon Montaner, en pleno Eixample en expansión.
A pesar de ser un edificio industrial, estaba concebido como un palacete entre medianeras, con una fachada muy noble con un eje de simetría central y las oficinas en la primera crujía, mientras que en la parte posterior se ubicaban las imprentas y estantes de almacenamiento.
La zona de las oficinas, con un espacio de escalera iluminado por una luciérnaga octogonal, estaba muy compartimentada y tenía un aire más convencional. En cambio la zona industrial presentaba una planta diáfana resuelta con estructura de pilares de fundición y jácenas metálicas a la vista y un patio central a modo de impluvio.
Esta estructura iniciaba la racionalidad espacial que caracterizaría a muchas de sus obras.
La primera propuesta del proyecto, con la que se pidió licencia de obras, presentaba una fachada de composición bastante académica con un frontón de remate, terminada con piedra de Montjuïc. Pero la fachada se acabó construyendo de ladrillo visto, y toda la composición tomó un lenguaje mucho más moderno, donde se combinaban referencias medievales con representaciones de los inventores de técnicas impresoras y grandes escritores.
Con el uso del ladrillo visto en fachada, los materiales tomaban protagonismo no solo con su función constructiva, sino también como decoración. En esta obra también se inicia el binomio entre artes decorativas y arquitectura que Domènech desarrollará en profundidad, con la recuperación de las artes artesanales como la forja, la vidriera, la cerámica, el mosaico…
La empresa familiar estuvo en funcionamiento hasta 1952, que fue adquirida por otro editor. El edificio sufrió diversas modificaciones en su parte interior, para adaptarse a las necesidades del uso editorial. Finalmente cerró el 1981. Desde 1990 es la sede de la Fundació Tàpies.
